Hoy en día no es el amor, sino el dinero,
lo que está en el aire - recordando aquella famosa canción que los de más de 50 guardamos en la memoria -. Se respira temor e incertidumbre, zozobra e
intranquilidad, tanto en cuanto la pregunta de qué se hace hoy en día con el dinero ya no surge entre la gente con
poca formación, sino todo lo contrario: se
plantea cada día entre la gente que sabe mucho, gente muy preparada, mentes que no se encuentran, precisamente, en
el limbo del analfabetismo financiero. Es una pregunta que se la puede hacer
hasta tu propio asesor fiscal. Tiembla, Pompeya.
Es un hecho que tras los escándalos financieros de los
últimos tiempos muchos ciudadanos
prudentes, conscientes de su
desconocimiento en materia de inversiones, habían decidido no meterse más en las
aventuras recomendadas por los "vendedores" de productos financieros
sobre renta fija, variable, productos estructurados y demás zarandajas y dejar
los cuatro duros que tenían ahorrados en
la cuenta corriente sin más o, a lo sumo, en depósitos a la vista.
El objetivo no era otro que tener alguna garantía de que 100
euros ingresados en la cuenta sigan siéndolo al cabo de unos meses. Contra las sofisticadas explicaciones de los
"expertos", la cuenta de la vieja, los números simples e
inteligibles, siempre a favor de la lógica y el comportamiento honorable. Una
buena alternativa al colchón de toda
la vida.
Hay que añadir el hecho de que la guerra por hacerse con el
efectivo entre las entidades bancarias ha permitido al ciudadano medio sin
más conocimientos disfrutar de unos intereses
decentes por sus ahorros para batir, de algún modo, la sombra de la inflación y la pérdida del poder
adquisitivo, el primer gran invento del sistema
para arruinarnos poco a poco.
Yo me imagino que poderosas
razones tendría el Banco de España
para que ya en Marzo pusiera freno a los
extratipos de los que disfrutábamos los ciudadanos y nos limitaran los
intereses en los depósitos muy por debajo de lo necesario para estimular el más
mínimo ahorro. Esto ya duele pero el problema, después de las medidas de Chipre,
ya no es la rentabilidad sino que se pueda dar algún tipo de legitimidad al
hecho de que quitarte, literalmente, el dinero de tu cuenta corriente, sea el
estado o quien sea quien lo haga. Es
inevitable acordarse todos refrán de las
barbas del vecino. Le tiemblan las rodillas al más valiente...
En este momento en el para muchos Google se ha convertido en el oráculo del conocimiento, seguro que más
de uno le habrá consultado qué hacer
con el dinero escribiendo su pregunta en la barra del buscador y habrá encontrado a montones de
expertos con sus ideas expuestas en la red. La que prevalecerá,
sin duda, es la de que si ya no podemos confiar en la integridad de
nuestros depósitos, lo que
debemos hacer, como ciudadanos sensatos, es volver a confiar en las instituciones financieras (¡¡¡¡!!!!) y, sin
entender ni papa todavía y sin ninguna
reforma del sistema que nos garantice nada, volver, aunque duela, de nuevo,
a comprar fondos de Inversión. Manda
narices.
Como Trader me
paso varias horas al día mirando gráficos de cotizaciones y pendiente de las
noticias del sector. Tengo como labor fundamental diaria el intentar entender
este galimatías de los mercados financieros con sus idas y venidas, a golpe de
observación y estudio y cada día confío menos en todo lo que no sea observar al
precio y cuanto más observo más miedo me da entrar en productos de inversión
colectiva.
Quede claro que, en una economía de libre mercado cada cual
puede fabricar y vender lo que quiera sin hacer daño a nadie y que todo producto que diseñe una empresa
está dirigido, lógicamente, a
sacar beneficio económico. Los
productos de inversión colectiva no son una excepción y su comercialización
exige argumentos convincentes de seguridad, rentabilidad etc. Son la versión financiera de la chispa de la vida o los superpoderes de los detergentes. En este momento, en el que el que más y
el que menos ha salido escaldado de alguna, la lógica argumental que se emplea para
volver a recuperar nuestra confianza es la
idea del mal menor. Y el mal menor es el miedo. Y con miedo no
vamos a ninguna parte.
Porque no nos engañemos: nada
ha cambiado y los productos de inversiones colectiva que nos siguen
ofreciendo siguen empaquetando participaciones
en renta fija y variable de tal manera que, sin los conocimientos
adecuados, no hay quien sepa realmente cómo funcionan, a no ser que tenga unos
conocimientos muy específicos sobre el tema. A una, en concreto, empieza ya a apetecerle, no sé si por los
años, creerse lo que entiende y confiar
en lo que, hasta ahora, no le ha defraudado y no hacer todo lo contrario.
Mientras tanto, y partiendo de lo difícil que es dar una
respuesta genérica a esta cuestión, creo que no hay mejor consejo que el de poner los huevos en distintas cestas.
Una de las formas de hacerlo ya la entiende todo el mundo: no hay que tener demasiado efectivo concentrado en una sola entidad bancaria, aunque nos parezca la más solvente del mundo mundial. Recuerden que parecer y ser son verbos distintos y que el primero simplemente es el traje del segundo.
Por otra parte no hay que descartar las oportunidades que siguen dando los mercados financieros. Mientras la Bolsa Española parece que no levanta cabeza, sigue habiendo empresas españolas que pueden estar en un buen momentum. Tampoco hay por qué desperdiciar las oportunidades que nos ofrece la economía global. La Bolsa Americana, por ejemplo, está en máximos históricos. Esta subida ininterrumpida se ha producido en un entorno de crisis mundial sin precedentes y, parece ser, que con los beneficios corporativos de las empresas americanas también en máximos históricos. Eso, según algunos analistas, puede augurar una continuación de la tendencia, aunque sea inevitable que muchos inversores tengan en este momento sensación de vértigo.
Yo no me atrevería decir al ciudadano medio en qué valores puede invertir con seguridad
en este momento, que no cuente con ningún conocimiento técnico ni asesoría cualificada independiente.
Depende mucho de las necesidades de liquidez
y la aversión al riesgo de cada
cual. Las alternativas que yo contemplo como
Trader no se ajustan al valor real de las empresas, sino que intentan sacar provecho del movimiento de su
cotización. El momento de entrar en un valor es tanto o más importante que
el valor en sí mismo. Y el momento de
salir no tiene por qué ser distinto.
Soy consciente de que
no todo el mundo dispone de
tiempo ni ganas para convertirse en un experto en la materia pero, a mi modesto
entender, ya es hora de que todo el que
tenga algo de dinero que rentabilizar y preservar se espabile un poco y adquiera un
poco de barniz en esta materia. Existen también asesores independientes que gestionan cuentas ajenas con una honradez y transparencia absoluta y
para identificarlos, hay que disponer de algún criterio. De verdad que no es tan complicado. Empieza a ser una
cuestión ya de cultura básica general,
puesto que ya hemos visto hacia dónde
nos lleva el desconocimiento.
Por otra parte, si no
tenemos una necesidad inmediata de liquidez, no hay por qué descartar otras
fórmulas que, además pueden ser socialmente necesarias y positivas en estos
tiempos de incertidumbre. Se puede invertir
y no hacerlo en Bolsa, sino en economía real.
Si se tiene
algo de dinero quizás sea este el momento, empleando toda las
precauciones necesarias, de escuchar a los amigos que tienen un proyecto o una buena empresa funcionando en la que trabajan buenos profesionales,
perfectamente viable y con un problema
de liquidez derivado de lo difícil que es hoy en día obtener una financiación
bancaria. Quizás este, y no otro, sea el momento de tener los oídos, la mente y el corazón abierto, cada uno en sus
posibilidades, pensar en cómo podemos
ayudar a crear riqueza, que redunde en volver a desarrollar un entramado social y profesional adecuado
para nuestros hijos y que nuestros jóvenes mejor preparados no se tengan
que marchar al extranjero.
Hay
fórmulas para hacerlo, no hay que ser multimillonario, invertir sólo o
formando parte de grupos de inversores
pequeños, solo hay que tener la mente
abierta por ambas partes y pensar
que, de alguna manera, lo único que podemos tener seguro en el futuro es contar
con un motor que nos genere dinero,
una pequeña participación en una empresa
en funcionamiento, una apuesta por un proyecto de emprendimiento que merece la pena ser escuchado o del que podamos
formar parte.
Porque ahora no sirve esperar nada del papá estado y nuestro
soñado sistema de pensiones. Es mejor que esperemos
algo del resto de las personas, apostemos por la creatividad, la formación,
el ingenio, la imaginación, el esfuerzo,
la experiencia y la ilusión. Si
podemos, empleemos el dinero para algo
más que para alimentar el sistema Bancario y financiero, incluso cuando nos
decidamos a hacer alguna operación, por qué no, especulativa que nos garantice
la liquidez necesaria.
Eso, señores, es darle
la cara al miedo en el que parece que nos quieren hacer vivir. Depende de
cada uno de nosotros y más aún cuando nos preguntamos, legítimamente, qué hacer con nuestro dinero para que,
por lo menos, tenga algún sentido ahorrar para el futuro. La respuesta, al fin
y al cabo, es simple: diversificar con
prudencia y criterio e invertirlo con ilusión y conocimiento.